Siempre recordaré la mañana del 26 de julio, inicio de una experiencia enriquecedora y plena, una aventura inolvidable y una auténtica vivencia de Fe. Un grupo de 56 impacientes peregrinos, muchos de ellos de esta Parroquia, de edades comprendidas entre 10 y 80 años, después de encomendarnos a Dios con una misa matutina, comenzamos desbordantes de alegría la peregrinación que con tanta ilusión llevábamos muchos meses preparando. Ante nosotros, tras un maratoniano viaje en autobús, nos aguadaba un recorrido de aproximadamente unos 136 Km calculados sobre el papel y que luego resultaron muchos más, casi 165 Km.
Durante los días del 27 de julio al 2 de agosto, afrontamos con entusiasmo seis etapas maravillosas: Xunquería de Ambia- Ourense; Ourense-Cea; Cea – Castro- Dozón; Silleda- Boqueixon; Boqueixon-Santiago de Compostela, que luego resultaron preciosas etapas de genuino paisaje gallego, de frondosos bosques autóctonos, de verdes prados, de hermosos ríos, con bonitos puentes y pequeñas aldeas que conservan vestigios medievales, ermitas, hórreos, graneros, pazos señoriales con jardines de rosas y hortensias. Un paisaje que nos ha ido sorprendiendo a cada momento y en el que es imposible no descubrir la presencia de Dios.
Con las primeras luces del alba, las alarmas nos despertaban y abordábamos la nada fácil tarea de poner en marcha a 56 peregrinos. Tras el necesario desayuno y la oración del día, comenzábamos nuestra etapa de cada día por tranquilos y solitarios caminos, algunos llanos y fáciles, otros auténticas pruebas de resistencia con subidas rompe-piernas en las que faltaba el aire y bajadas bruscas en las que te sentías rodar,…. todo ello junto a nuestros compañeros con los que hemos compartido canciones, confidencias, historias, risas, charlas, bromas, oraciones …. y también el cansancio y las fatigas, y compa-ñeros a los que hemos ido descubriendo día a día, conociéndolos un poco más, en un ambiente de franca camaradería que ha hecho más llevadero el caminar. El “sentimiento de grupo “ha reinado día tras día e incluso el tiempo ha sido muy considerado con estos peregrinos del sur y nos ha regalado mañanas fresas, suaves brisas y ligeras lloviznas que sin duda han ayudado.
Hemos caminado en grupos, al frente siempre la Cruz, en cada etapa hacíamos tres paradas, para comer algo, descansar y recuperar fuerzas, hasta finalmente llegar a nuestro albergue donde continuamos con nuestro diario quehacer: colocar esteras y colchonetas, organizar mochilas, conseguir un sitio en las duchas, localizar un cargador, sellado de credenciales y curar las heridas y aliviar los dolores del camino, gracias a nuestras queridas doctoras y sus espontáneas ayudantes; todo ello hasta el momento especial de la Santa Misa. La oración nocturna siempre precedía al merecido descanso, tras una sabrosa cena de auténtica comida gallega.
Hemos sentido la presencia de Dios en todo lugar, algunos tan especiales como el impresionante Monasterio Románico de Oseira, Santa María la Real del S. XII, donde asistimos a la Misa dominical, cantada por los monjes; o la inigualable Catedral de Santiago, con la Santa Eucaristía conce-lebrada por el Padre Rafael y el Padre Frederick y donde tuvimos la gran satisfacción de ver a nuestros queridos seminaristas Edwin y Aurelius y a los monaguillos decanos: Pedro y David, ayudando en Santa Misa en el Altar Mayor.
Hay un momento especial que me gustaría resaltar: la entrada en Santiago. La hicimos todos juntos, cantando, bailando, gritando vivas, golpeando fuertemente los adoquines con nuestros bordones, alzando las manos, y así llegamos a la Plaza del Obradoiro. En la plaza, el Pórtico de la Catedral, recientemente restaurado, nos dio la bienvenida, y el Apóstol nos esperaba, y allí la oración ante su tumba, agradeciendo las gracias y bendiciones recibidas y la recogida de nuestras “merecidas Compostelanas”.
Gracias al Señor, a la Virgen y al Apóstol por esta oportunidad de vivir este “Camino” que sin duda me gustaría volver a repetir, y gracias también a todos los que de una forma u otra lo han hecho posible. No puedo terminar sin animar a todos cuantos aún no lo han hecho, a que lo emprendan, es una magnífica forma de encontrar a Dios, al prójimo y una auténtica vivencia de fe. ¡BUEN CAMINO!
PILAR RAMIREZ BALBOTEO