Ángelus domingo 23 de enero de 2011
También hoy, para ser en el mundo signo e instrumento de íntima unión con Dios y de unidad entre los hombres, los cristianos debemos basar nuestra vida en estos cuatro «ejes»: la vida fundada en la fe de los Apóstoles transmitida en la Tradición viva de la Iglesia, la comunión fraterna, la Eucaristía y la oración. Sólo de este modo, permaneciendo firmemente unida a Cristo, la Iglesia puede cumplir eficazmente su misión, pese a los límites y las faltas de sus miembros, pese a las divisiones, que ya el Apóstol Pablo tuvo que afrontar en la comunidad de Corinto, como recuerda la segunda lectura bíblica de este domingo, donde dice: «Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir» (1, 10).
El Apóstol, en efecto, había sabido que en la comunidad cristiana de Corinto habían surgido discordias y divisiones; por eso, con gran firmeza, añade: «¿Está dividido Cristo?» (1, 13). Al decir esto, afirma que toda división en la Iglesia es una ofensa a Cristo; y, al mismo tiempo, que es siempre en él, única Cabeza y único Señor, en quien podemos volver a encontrarnos unidos, por la fuerza inagotable de su gracia.