Santas Perpetua y Felicidad– 7 Marzo. Fueron mártires cristianas del siglo III. Perpetua era una mujer noble que a los 22 años de edad fue martirizada por sus creencias. Fue encarcelada durante el reinado del emperador Septimio Severo, por negarse a renunciar a su fe cristiana, y en el momento de su encarcelamiento estaba amamantando a un bebé y comenzó a recibir mensajes de Dios. Perpetua fue encarcelada con otros cristianos, incluyendo a Felicidad, una esclava que estaba encinta. Tanto Perpetua como Felicidad fueron bautizadas antes de su ejecución. Fueron arrojadas a la arena con animales salvajes, pero como la multitud se compadeció de estas mujeres, finalmente fueron asesinadas por el poder de la espada. Son las patronas de las madres y de las mujeres embarazadas.
S. Juan de Dios– 8 Marzo. Nació en Évora (Portugal)en una familia religiosa devota en 1495. Cuando tenía 8 años de edad, sintió la llamada de Dios y se escapó. Encontrándose en las calles de Oropesa (Toledo) fue acogido por un terrateniente acomodado. Juan pasó su tiempo como pastor de ovejas y luchando en el ejército del emperador Carlos V. Luego sintió deseo de ver África y viajó a Ceuta, donde queriendo volver a conectar con su fe entró en un convento franciscano, en el que se le animó a volver a España. De vuelta a España, experimentó una visión del niño Jesús que le otorgó el nombre de «Juan de Dios» ordenándole ir a Granada. En Granada, San Juan de Ávila se convirtió en su asesor religioso y le animó a servir a Dios mediante el cuidado de los pobres y enfermos. Para ello fundó «Los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios», que rápidamente se extendió por los principales países europeos. Juan murió en Granada en 1550 y fue canonizado por el Papa Alejandro VIII en 1690. Es el patrón de los hospitales.
Los 4O mártires de Sebaste– 10 Marzo. Eran un grupo de soldados romanos cristianos que fueron martirizados por su fe, cerca de la ciudad de Sebaste (actual Sivas en Turquía) Fueron víctimas de las persecuciones del emperador Licinio, que en el año 320 publicó un decreto ordenando que los cristianos que no renegaran de su religión serían condenados a muerte. 40 soldados declararon que se proponían ser fieles a Jesucristo hasta la muerte. El gobernador los echó a un lago helado y muy cerca hizo colocar un estanque con agua tibia, para que el que quisiera renegar de la religión se pasara del agua helada al agua tibia. Uno de ellos se pasó al estanque del agua tibia y el cambio le produjo enseguida la muerte. Entonces uno de los soldados que los custodiaban gritó: «Yo también creo en Cristo», y fue echado al lago helado para martirizarlo. Y así fueron 40 los que volaron al cielo. San Gregorio cuenta que junto a los restos de los 40 mártires la gente obtuvo muchos milagros.